domingo, 5 de marzo de 2017

Últimos años de vida de Schumann

En 1844, tras un viaje a Rusia, atravesó un nuevo periodo depresivo y abandonó Leipzig para instalarse en Dresde, donde tampoco se adaptaba y por ello acudió a Viena y a Berlín. En 1846, aunque le dio otro arrebato camerístico, compondrá la ópera de Genoveva (no gozará de éxito), inspirada en Tiecky Hebble. A este segundo, tendrá ocasión de conocerlo en Dresde, donde intercambiarán opiniones del personaje de Genoveva. Durante los años siguientes su salud mental y física se fue debilitando, lo cual no le impidió trabajar en multitud de obras, como sus dos Sonatas para piano y violín y su Concierto para violonchelo y orquesta. Incluso cuando, a partir de 1852, sus episodios de locura le mantienen convaleciente casi todo el tiempo, consigue aprovechar sus momentos de lucidez para completar su Misa, Requiem, Sinfonía en Re menor y Concierto para violín y orquesta. También destaca la presentación en 1846 de su Concierto para piano y orquesta en la menor, ejecutado brillantemente por su esposa Clara, en 1846 en Leipzig, lo cual conllevó a su autor una fama aún mayor y más consolidada para la Historia.
En 1849 sufre otra gran crisis depresiva, pero aún así volvió al trabajo. Su felicidad no duró mucho con la muerte de su hermano Carl, sumado a las agitaciones de Dresde, dirigidas por Wagner. Ese año, a pesar de todo, pudo obtener algo de triunfo al ser pedido que se representara su obra de Fausto y que se estrenara Genoveva, ante la presencia de Liszt Joachim Reinecke y Gade.
Para esta época se suceden las alucinaciones de ángeles, aunque muchas veces las mismas eran reemplazadas por visiones de demonios. Entre sus visiones, afirmaba recibir mensajes de Mendelssohn y otros genios del pasado. Él mismo le llega a declarar a Clara que teme que pudieran hacerle daño. Es también en esta época que desarrolla acrofobia y cualquier contacto con objetos de metal, incluyendo un simple juego de llaves. El diario de Schumann menciona que sufrió de una alucinación constante de imaginar que la nota de La 5 estaba constantemente sonando en sus oídos. Tiempo después le comenta a su hermano su deseo de suicidarse, ya que estaba angustiado por la epidemia de cólera que asolaba Europa por esas fechas; el 27 de febrero de 1854, Schumann se arroja al Rin y es rescatado a tiempo, pero su mente ya se ha perdido para siempre. Tras el episodio del intento de suicidio él mismo aconseja su internamiento en un hospital de cuidados mentales. Clara estaba por entonces embarazada, y se la ocultaron los hechos.
Finalmente es internado en un sanatorio privado en Endenich, cerca de Bonn, donde permanece hasta su muerte el 29 de julio de 1856. Había perdido a memoria. El último de sus hijos nació por entonces, y en honor a Mendelssohn, se llamó Felix.  Durante su internación no se le permitió ver a Clara bajo ninguna circunstancia; tan solo dos días antes de su fallecimiento Clara pudo verle, y por un breve momento Robert tuvo lucidez y logró reconocerla. Tenía sólo 46 años.*
 Muere víctima de un colapso neurocirculatorio (aunque según otras fuentes falleció debido a la sífilis). Fue enterrado en el cementerio viejo de Bonn, y en 1880 se erigió sobre su tumba una estatua de A. Donndorf.

Tras su muerte, Clara se entregó a dar a conocer por toda Europa la obra de Robert, dándole gran fama tras varias décadas de giras. Liszt y Brahms, amigos suyos, también representarán sus obras. Clara, fallece en 1896, se halla enterrada en la misma tumba que Robert.


*Clara, apenada y angustiada por el estado de su marido, relató los hechos de los últimos días: “Johannes lo vio, pero me rogó, con los médicos, que yo no lo viese; como un deber para ms hijos, creyeron que no tenía que conmoverme mucho. En una palabra, emprendí el viaje de regreso sin haberlo visto. Pero no soporté esto mucho tiempo: por el dolor la nostalgia de Robert, el deseo de recibir, aunque sólo fuese una mirada, el hacerle sentir mi proximidad, por todo eso tenía que volver a él, y así viajé nuevamente el domingo 27 junto con Johannes. Lo vi; era al atardecer, entre las seis y las siete. Me sonrió y me rodeó con un brazo, luego de un gran esfuerzo, pues ya no podía dominar sus miembros. Jamás lo olvidaré. No cambiaría ese abrazo por todos los tesoros del mundo. Mi Robert, ¡así hube de volverte a ver! ¡Con qué dificultad me fue preciso reconocer tus queridos rasgos! ¡Qué imagen dolorosa! Hace dos años y medio me fuiste arrebatado, sin despedida. Con tanta pesadumbre en el corazón yacía yo a sus pies, y apenas si me atrevía a respirar. Sólo de cuando en cuando me regalaba Robert una mirada nublada, pero indescriptiblemente suave. A su alrededor todo me parecía sagrado, incluso el aire que el generoso varón respiraba. Al parecer hablaba mucho, y siempre con los espíritus, y no toleraba que alguien permaneciese largo tiempo en su compañía; entonces se mostraba intranquilo y era casi imposible entender lo que hablaba. Una única vez comprendí “mi”, y seguramente quería decir “mi Clara”, puesto que al pronunciar aquella palabra me miraba con ternura. Luego dijo una vez “conozco” quería significar “a ti”, probablemente (…) Desde hacía semanas sólo se alimentaba de vino y jalea. Hoy se los di yo misma y los tomó con expresión feliz y verdadera ansia, el vino lo sorbía de mis dedos. ¡Ah, bien sabía él que era yo quien se lo daba! (…) La cabeza yacía hermosa, con la frente despejada, límpida, suavemente combada. Me encontré junto al cadáver del hombre por mí apasionadamente amado y me sentí en paz. (…) Su espíritu se cernía sobre mí; mi oración nunca fue tan fervorosa como en esa hora. Dios me conceda la fuerza de vivir sin él.”


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